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jueves, enero 14, 2016

Airbnb: ¿Cómo afrontar el crecimiento en la economía colaborativa?

Airbnb es una de las estrellas de la economía colaborativa. ¿Cómo puede seguir creciendo pese a los reparos de hoteleros y administraciones?

LA HISTORIA
En 2008 Brian Chesky y Joe Gebbia decidieron alquilar una parte de su piso en San Francisco para llegar a fin de mes. No podían imaginar entonces que ese sería el origen de un negocio tan rentable. Al cierre de 2015, Airbnb, la empresa que acabaron fundando, iba camino de alcanzar unos beneficios de 900 millones de dólares.

Pese a semejante éxito, Airbnb ha tenido que hacer frente a numerosas dificultades. En 2014 se propuso llegar a nuevos segmentos de clientes, más allá del viajero urbano y sensible al precio, su principal fuente de ingresos. A tenor de los recelos tanto del lobby hotelero como de las administraciones públicas, algunos encontraron ese nuevo movimiento demasiado atrevido.

El auge de la economía colaborativa
Airbnb es mucho más que una fulgurante historia de éxito, no en balde marcó el inicio de una nueva era en el pensamiento económico. Desde entonces, la economía colaborativa no ha dejado de ganar terreno. Uno de los principales factores de impulso de su mercado comunitario ha sido la tecnología, ya que facilita los pagos así como la agregación y el rastreo de los datos de anfitriones y huéspedes.

Son varias las razones de su éxito. Ciertamente, disfruta de la ventaja de ser el primero. Pero aún más importante es que ha sabido generar confianza, el elemento clave que permite el despegue de cualquier negocio online entre usuarios de una plataforma. Airbnb garantiza la autenticidad del sistema de evaluaciones, además de la rapidez y seguridad de los pagos.

El meteórico crecimiento de Airbnb parece no tener fin. "Marriott quiere sumar 30.000 habitaciones este año. Nosotros lo haremos en las dos próximas semanas", se jactó Chesky en 2014.

Desde su atalaya como director general para el norte, este y sur de Europa y Rusia, Jeroen Merchiers estudiaba cómo ampliar la oferta de alojamientos en la región mediterránea. Una posibilidad era ir más allá del viajero urbano de fin de semana y llegar hasta los que buscaban una escapada rural. Se preguntó si los Pirineos sería una buena opción, aunque eso suponía entrar en un mercado muy competitivo en el que las agencias de viajes online, como el gigante Booking.com, ya se habían hecho fuertes.

Otra idea era dirigirse a segmentos de mayor nivel de renta. "Empezamos a ver gente que no viaja con un presupuesto ajustado", apuntaba Chesky por aquel entonces.

Pero el rápido crecimiento en un territorio extraño acarrea sus problemas. Sin los mecanismos adecuados para seguir inspirando confianza, podría comprometer los niveles de calidad y servicio. Si esas estrategias fallaban, más que ayudar a la empresa a avanzar, los nuevos segmentos se convertirían en su talón de Aquiles.

Respuesta a las críticas
Las empresas de la economía colaborativa siguen moviéndose en una zona gris en lo que a regulación se refiere. Un apartamento puede ser un hogar o un elemento de inventario sin usar que se puede monetizar como alquiler vacacional.

Dado que los alojamientos de Airbnb no son oficialmente turísticos, las administraciones locales no pueden ni tasarlos con impuestos ni garantizar la salud y seguridad del consumidor.

Por su parte, el lobby hotelero ve cómo Airbnb invade su territorio. Pero, desmintiendo los temores del sector, sus tarifas y tasas de ocupación no parecen haber acusado esa competencia. En Barcelona, por ejemplo, la tasa de ocupación aumentó un 4% entre 2011 y 2013, mientras que la tarifa media por noche pasó de los 110 a los 116 euros.

Airbnb alega que el éxito de su modelo se basa en que permite a viajeros con menos ingresos alojarse en el centro de ciudades muy caras a precios mucho más asequibles. Y lo que se ahorran en alojamiento lo gastan en ocio y consumo.

Según la empresa, en el transcurso de una estancia de cinco noches en uno de sus alojamientos en Barcelona, los huéspedes dejan una media de 842 euros en la ciudad, lo que contrasta con los 374 euros de quienes se alojan dos noches en un hotel. Y Airbnb ofrece datos de actividad económica similares en otras ciudades.

En paralelo, las empresas de la economía colaborativa seguían de cerca los interrogantes que afectaban al sector de la movilidad compartida respecto al estatus de los conductores. ¿Se les debía considerar trabajadores autónomos o cuasi empleados? Este tipo de cuestiones podía llegar a afectarles.

Merchiers y la alta dirección de Airbnb tenían mucho sobre lo que reflexionar y ninguna respuesta fácil. ¿Cómo crecer en nuevos segmentos geográficos y demográficos sin menoscabar la confianza entre anfitriones y huéspedes, que había sido una de las claves del éxito de la empresa? ¿Cómo abordar con los ayuntamientos los problemas regulatorios? Y, por último, ¿cómo integrar a los huéspedes en el modelo de negocio y el proceso de toma de decisiones para fortalecer su sentido de comunidad y evitar las críticas?

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